sábado, 17 de abril de 2010

AMBIENTE Y CULTURA 2

La verdadera patria de un escritor es la lengua en que vive, habita, escribe y sueña… Página 2 Página 3 Todas las páginas Página 2 de 3 El libro tiene una primicia: el primer estudio de Los cuentos que Nueva York no sabe (1949) de Ángel Rafael Lamarche, un libro que funda la literatura dominicana en el extranjero, desde la perspectiva de la generación del cuarenta: el Universalismo. Obra que pone en el centro de sus preocupaciones la relación del hombre con la cosmópolis. Allí se encuentra el primer cuento policial y de ciencia ficción que conocemos en la narrativa dominicana. Es un libro desconocido para la mayoría de los lectores y
estudiosos dominicanos y un iniciador de nuevos caminos par la narrativa del país. También aparece en este ensayo una lectura de El candado (1959) de Sanz Lajara visto de desde la hipótesis de que esta obra participa de la revaluación del negro, que plantea de los problemas de la negritud. Interesante la narrativa de Sanz Lajara en la medida en que afloran en ella los problemas de grupos subalternos signados pos su condición racial como los indios hispanoamericanos y el negro. No dejo apuntar la importancia que le da este autor al tema del poder. -¿Cuáles aspectos y rasgos caracterizan y diferencian a esa generación del ochenta,
de narradores de las anteriores? ¿Crees que mantienen nexos con los maestros del género en la isla o han roto totalmente con la tradición? -Cuando estudiamos textos de autores que aún escriben, es muy difícil realizar afirmaciones definitivas. Así que veo este libro como el estudio de una literatura en movimiento. Y específicamente a la generación del ochenta como un grupo que va decantándose más allá de sus pretensiones juveniles. Son las obras las que hacen al escritor. No los alardes narcisistas o los discursos de de su época. Del Ochenta conocemos a mucha gente que ha escrito libros de cuentos, pero pocos se han dedicado con tesón a ese género y han logrado una individualidad creativa, como René Rodríguez Soriano. Se dice que una paloma no hace verano. Pero los cambios más significativos en el narrar, las distintas estrategias narrativas que se usan, el lenguaje como creación poética y la forja de un microcosmos particular está en su obra. Hablo de muchos otros autores, como Ramón Tejada Holguín, Ángela Hernández, Manuel García Cartagena, entre otros. Pero viendo el asunto desde la presencia de un corpus que nos permita estudiar una literatura sólida, no creo que se pueda ir más allá. Pasa lo mismo con la generación anterior: Peix, José Alcántara Almánzar y Armando Almánzar Rodríguez, son los que más se han dedicado al relato breve. Los demás pueden haber escrito obras admirables como Diógenes Valdez, Manuel Rueda, Efraím Castillo, Roberto Marcallé Abreú... Hay muchos narradores que escriben cuentos, ahora bien, lo importante es encontrar a un narrador que haya trabajado con dedicación este género y plantee una ruptura. Veo en los del setenta una transición, una ruptura con el cuento de Bosch, una influencia del Boom en Virgilio Díaz Grullón, René del Risco, Miguel Alfonseca, Marcio Veloz, Pedro Peix y Alcántara Almánzar. Pero hay mucho que estudiar, entre ruptura y tradición en esta época. La ruptura la veo más clara en René Rodríguez Soriano, en los ochenta. -¿Crees que existe verdaderamente una literatura dominicana escrita fuera de los límites geográficos de la isla? ¿Nombres u obras que pudieran darnos pistas sobre el trabajo de los escritores dominicanos de ultramar? -Interesante pregunta, tal y como se plantea, el asunto nos lleva a decir que siempre la literatura dominicano ha tenido exponentes en ultramar. Empezando por los del Monte, (Francisco Muñoz del Monte y Félix María), que vivieron en Cuba y Puerto Rico; José Ramón López, que vivió en Caracas y Mayagüez; Francisco Carlos y Virgina Elena Ortea, quienes también vivieron en Mayagüez; Jesusa y Manuel de Jesús Galván, quienes vivieron en San Juan de Puerto Rico y Nueva York; Juan Bosch, que publicó cuentos en Cuba y Chile, y ensayos en Venezuela y Puerto Rico. A lo que debo agregar el trabajo de Pedro Henríquez Ureña en México, Fernández Spencer en España y Manuel del Cabral en Argentina...en fin, siempre hemos tenido una literatura dominicana en ultramar. Pero sé que de lo que me preguntas es de la llamada diáspora de la literatura dominicana. Estos no son escritores exiliados, que por razones políticas viven en el extranjero. Son personas que han nacido o que han emigrado muy temprano en su vida a Estados Unidos y otros países. Lo primero que creo pertinente es aclarar que, teniendo en cuenta la presencia de una cultura híbrida, los más connotados de esos escritores ponen en jaque la noción de literatura nacional, en la medida en que lo nacional estaba definido a partir de la lengua. Ahora tenemos una literatura dominicana escrita en inglés, es decir, hay una dominicanidad híbrida que se expresa en la lengua sajona y que los nacionales sólo pueden disfrutar a través de la mediación de un traductor. Es la literatura de Junot Díaz, Julia Álvarez, Nelly Rosario y demás; una literatura de anticipación. Como existe en estos textos una ruptura con la literatura nacional en español, mucha gente dice que esos no son escritores dominicanos. Pero creo que se equivocan. Su dominicanidad es controversial y lo que debemos entonces, pensar es que la dominicanidad ha cambiado tanto dentro como fuera. Somos una cultura híbrida fluida. Dentro, una cultura que convive con la haitiana y fuera, con la experiencia de las emigraciones. Creo que ahí residen las discusiones de los artículos de la Constitución sobre la nacionalidad y el voto en el exterior. Lo de fuera, unas veces, se deja afuera y cuando conviene, se le integra. Es un discurso de poder, que aleja o acerca a esa dominicanidad viajera. Otra cosa muy distinta, es preguntar por la existencia de una literatura dominicana en el extranjero. Es problemático desde una epistemología literaria, en la medida en que existen textos y discursos, pero esta literatura está en movimiento y no podemos hacernos una idea muy clara de ella. Se está haciendo; es muy reciente. Y creo que con esto nos quitamos de encima los alardes literarios de personas que se dicen escritores o que aparecen en las listas como intelectuales, etc. Quisiéramos leer sus obras, no los discursos sobre ellas. Son pocos los escritores que viven fuera de los que podamos hacernos una idea clara de su trabajo, si dejamos a Eugenio García Cuevas, Néstor Rodríguez, que han realizado un trabajo en la crítica literaria y cultural y uno que otro que han publicado un par de libros. Creo que tienen mucho camino por recorrer.

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