jueves, 5 de mayo de 2011

LA ESPERA.

 Como no contestó, una mano cálida la sacudió por las rodillas. Entonces gruñó:         —Vete a dormir y déjame tranquila.          Pero la mano se alargó en una caricia. Josefina se indignó.          — ¿Te has quedado a dormir para eso? Se van a dar cuenta, ¡vete!          La otra se tendió en la cama con medio cuerpo sobre Josefina, cuyos músculos   se contrajeron defensivamente.

UNA ABUELO INADECUADO

      Asomado a la puerta entreabierta, Ybraim Hassan me esperaba ansioso aquella tarde, y yo sigilosa, muy pegada a las paredes exteriores de la casa, me deslicé, con el corazón palpitante casi a ras de la garganta. Tan pronto alcancé el olor a vetiver que salía de su cuerpo, me alcanzaron también sus brazos y su boca en un abrazo tranquilo que calmó mis latidos y un beso tibio que me llevó a los umbrales de un iniciado placer reconfortante. Así me recibió aquella tarde que se marcó en mí como una herida luminosa por donde manó luego un río de recuerdos al que recurro cada vez que quiero abrevar mi sed de calma y curarme las heridas que me infligió la vida.

A UN OLMO



  
     Por Antonio Machado

      Al olmo viejo, hendido por el rayo,
      y en su mitad podrido,
      con las lluvias de abril y el sol de mayo,
      algunas hojas verdes le han salido.
     
     ¡El  olmo  centenario  en  la  colina
      que  lame  el  Duero!  Un  musgo  amarillento
      le  mancha  la  corteza  blanquecina
      al  tronco  carcomido  y  polvoriento.

      No será, cual  los álamos cantores
      que  guardan  el camino y  la ribera,
      habitado  de  pardos  ruiseñores.

      Ejército  de  hormigas  en  hilera
      va  trepando  por  el,  y  en  sus  entrañas
      urden  sus  telas  grises  las  arañas.

      Antes  que  te  derribe,  olmo  del  Duero,
      con  su  hacha  el  leñador,  y  el  carpintero
      te  convierta  en  melena  de  campana,
      lanza  de  carro  o  yugo  de  carreta;
      antes  que  rojo,  en  el  hogar,  mañana,
      ardas  de  alguna  mísera  caseta,
      al  borde  del  camino;
      antes  que  te  descuaje  un  torbellino
      y  tronche  el  soplo  de  las  sierras  blancas;
     Antes  que  el  río  hasta  la mar  te  empuje
     por  valles  y  barrancas,
     olmo,  quiero  anotar  en  mi  cartera
     la  gracia  de  tu  rama  verdecida.
     Mi  corazón  espera
     también,  hacia  la  luz  y  hacia  la  vida,
     otro  milagro  de  la  primavera.


 








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