lunes, 23 de septiembre de 2013

NO HAY VACANTES... POR RAMÓN SANCHEZ.





Era la tercera ocasión en  menos de un  mes que Lecio  Morrobel recorría de punta  a punta la ciudad entregando curriculum vitae y llenando solicitudes de empleos en las principales empresas de zonas francas nacionales y extranjeras.

Al llegar a la casa después de hacer un largo recorrido, Lecio se tira en un sofá y aunque se sentía extenuado saca tiempo para consultar los periódicos buscando en ello una oportunidad, a veces ni comía,ya que se dedicaba a   revisar cuidadosamente los clasificados, otra veces hasta se molestaba al ver que no solicitaban a nadie que se relacionara con su oficio.

Un día cerca de las tres de la tarde cuando ya el creía haber perdido las  esperanza escuchó el teléfono sonar con insistencia, lleno de entusiasmo Lecio corrió desde la habitación de los niños  hasta la salita donde timbraba el aparato, con rapidez levantó el auricular, pero se desilusionó al comprobar que se trataba de su amigo Olegario quien fungía como administrador de una reconocida Industria de calzado, el saludo fue frió, a lo mejor por que su amigo no tenia mucho que ofrecerle, y como para votar el golpe de inmediato inicio la conversación con una andanada de criticas hacia gobierno, luego Olegario pasó a analizar la situación por la que atravesaba la empresa que regenteaba para terminar invitándole unos tragos en su casa de la playa, como era de esperarse Lecio no aceptó, pero no dejó de  mencionarle el empleo que en varias oportunidades le había ofrecido, le recordó también las necesidades por la que estaba atravesando su familia, fue entonces que Olegario acomodando las palabras le comunicó que su solicitud no había sido aprobada, se excusó al tiempo que le señalaba la posibilidad de darle una mano para el mes entrante, al escuchar al amigo, Lecio se incomodó y prefirió no continuar con la plática, el amigo se dio cuenta del disgusto y aprovechó para dar por terminada la conversación, cuando Lecio quedó a sola se dio cuenta que su amigo le había mentido, lo supo por que el tono de su voz salía sin emociones, así se lo hizo saber a su mujer.

Después de un rato Lecio empezó a meditar y hasta pensó que todos los empleadores se habían puesto de acuerdo para negarle la oportunidad de conseguir honradamente el sustento de Teresa y sus dos gemelos, creyó eso porque en cada empresa visitada por el había un letrero grande que decía” No hay vacantes”.

Luego de la meditación y la conversación con Olegario, Lecio decidió esperar, espero por días, por semanas y hasta meses esperó, pero nadie requería de sus servicios, y eso que el se había graduado con honores en la escuela de perito, por demás era plomero industrial, sin contar con varios reconocimientos que tenía como buen trabajador, con el tiempo los días se volvieron largos y monótonos y a pesar de eso el seguía con la fe puesta en la virgen, de la Altagracia, a diario se levantaba lleno de esperanza, y cuando el día transcurría sin novedad sonreía, aunque en el fondo se sentía molesto y un poco desalentado.

Empezaba a preocuparse cuando una mañana el teléfono empezó a sonar con el insistencia, el mismo tomó la llamada, al hacerlo sintió una rara sensación, le pareció que ese día se convertiría en el fin de sus penurias, era uno  de esos día donde no se admitía la palabra fracaso se dijo así mismo. Del otro lado del auricular una voz de mujer suave y gentil le informaba que tenía una cita con el gerente de personal, al otro día el hombre salió como alocado, antes de la hora señalada ya estaba en la empresa; en la recepción le brindaron café y le entregaron unas hojas amarillentas para que la llenara al momento de devolverla el le preguntó a la muchacha de la recepción que día podría entrevistarse con el jefe de personal, ella revisó la solicitud y dijo amablemente; señor tendrás que esperar; y si califica  le avisaremos.

Cuando Lecio escuchó las palabras “si califica” sintió ganas de llorar, segundo después reflexionó y optó por dirigirse de vuelta a su hogar, pagó el pasaje con los últimos cinco pesos que le quedaban. Al llegar a su casa encontró a su mujer echa un desastre, acababa de sufrir un mareo,  los muchachos como para mitigar el hambre dormían.
  
Cuando Teresa lo vio tan desanimado le preguntó ¿Sucede algo Lecio?, no pero estamos en apriete dijo el hombre mordiéndose los labios, y tu por que esta tan alarmada dijo el, ella no respondió, pero al sentir que su mujer lo miraba de una manera extraña; Lecio volvió a preguntar, esta vez sus palabras tenían un tono inquisidor, ¿que te ocurre mujer? Es que estoy embarazada dijo ella con cierta intranquilidad, el hombre iba a decirle algo pero no pudo, la palidez de su mujer lo conmovió tanto que sonrió, sonrió pero ahora dentro de su pecho llevaba un nuevo disgusto, un disgusto que le arropaba toda el alma.

Después de la conversación Lecio atravesó el cuarto del pequeño departamento, lentamente bajó la escalera buscando algo de comer, como no encontró nada subió de nuevo y se recostó al lado de sus hijos, al rato se levantó, se quitó la camisa, colgó esta en una percha de alambre, luego cerró los ojos fuertemente y se desplomó en la cama de su cuarto, después de lo que le dijo Teresa el se sentía aturdido, allí suspiró profundo, fue un suspiro largo y doloroso, mas tarde cuando abrió los ojos, lo primero que vio encima de la mesita de noche el frasco de pastilla anticonceptiva de su mujer; también un clip de madera sujetando el manojo de solicitudes de trabajo, y en uno de los extremos atadas con gomitas de colores las tarjetas de presentación de los funcionarios del gobierno cuando eran pre-candidatos del partido, así estaba él cuando Teresa penetró a la habitación, el resto fue una noche de insomnio, y cuando él con los ojos secos despertó de su letargo solo se le ocurrió decirle a su mujer, por el amor de Dios Teresa dime que es broma eso del embarazo, la mujer no contestó, en ese instante estaba entretenida acariciándose el vientre, Lecio la miró por encima del hombro izquierdo y solo se le ocurrió decir ¡Que extrañas son las cosa de Dios!


LA MUERTE DE MON CACERES, POR FARID KURI



Aquel 19 de noviembre de 1911, Ramón Cáceres, alias Mon, el matador del dictador Ulises Heureaux, que ascendió al poder en 1905 tras la huida vergonzosa del presidente Carlos Morales Languasco, abandonó la cama bien tempranito como siempre. Se levantó de buen humor, y con sus brazos fuertes abrazó a su querida esposa, Doña Sisa, con quien había procreado la respetable cifra de once hijos, uno de los cuales había sido apenas tres meses atrás. Pero ni él ni Doña Sisa ni ningún miembro de su familia podían siquiera sospechar que ese sería su último día en esta tierra. El país estaba en calma, aunque en la sombra venía gestándose desde hacía días, tal vez semanas, un movimiento conspirativo, tendente no sólo a derrocarlo, sino inclusive a asesinarlo si fuese necesario. Pero en aquel momento nadie era capaz de prever que esa calma era sólo el preludio del caos, del desorden y de las guerras civiles más intensas de toda nuestra historia, que azotarían el país con el asesinato del presidente Mon.
Ese día al levantarse no hizo nada diferente a lo habitual. Después de desayunar empezó a jugar con los niños. Luego dedicó tiempo a las visitas. Una de las personas que recibió fue a Luis Felipe Vidal, que estuvo allí para manifestarle su apoyo y su afecto, aunque horas más tarde, sólo algunas horas, ese mismo personaje estaría junto a los conspiradores que matarían al presidente. Al terminar de recibir las visitas, Mon se dio el lujo de jugar varias manos de billar, y según los presentes, manifestó reiteradamente su complacencia por las muestras de adhesión expresadas a viva voz por Luis Felipe, sin imaginar nunca que las mismas no eran sinceras.
A eso de la doce, Doña Sisa le llamó para la mesa de almuerzo. Acompañado de su familia y de algunos amigos íntimos almorzó con deleite, aunque con frugalidad, sin que en ningún momento dejara de conversar animadamente y de bromear y reír. Definitivamente, el presidente estaba gozoso y feliz. Después, a la una, se retiró a sus habitaciones a dormir la siesta dominguera, costumbre que no violaba por nada del mundo. Cuando se levantó, tras tres horas de sueño ininterumpido, se bañó y se vistió con pantalón y chaleco blanco y saco oscuro. Buscó su revólver 38 que portada siempre desde que aquel 26 de julio de 1899 matara con él en Moca a Lilís. Sólo le faltaba su sombrero de Panamá que nunca dejaba de usarlo las tardes de los domingos. Lo procuró y cubrió con él su ancha cabeza. Ya estaba preparado, totalmente preparado, para el paseo dominguero. Minutos después llamó a su ayudante militar, el coronel Ramón A. Pérez, apodado Chipí, y le ordenó instruir al cochero José Mangual, alias Cachero, a preparar la "Victoria presidencial", es decir, el coche de los paseos vespertinos de los domingos. Ya todo listo para salir, besó con ternura a Sisa y a su hija, la recién nacida, y se montó en el coche para pasear en la ciudad de los Colones y sin saber que marchaba inexorablemente hacia la muerte.
Mon acomodó su corpulento cuerpo en el carruaje, adornado a ambos lados con el escudo nacional. El coche presidencial avanza hacia el oeste de la ciudad, y a su paso recibe los saludos de los escasos transeúntes que no dejaban de comentar el hecho del presidente andar prácticamente sólo. Llega al Parque Independencia, el mismo donde hoy yacen los restos de los padres fundadores de la República, y allí es saludado con respeto, a todos los cuales responde levantando la mano derecha. Minutos después, ya en las mediaciones del cementerio, dos de sus mejores amigos, Francisco J. Peynado y Juan Bautista Vicini Burgos, ambos de mucha influencia económica y política, lo saludan desde otro coche, y a modo si se quiere de admiración, o tal vez, también de discreta advertencia, Don Pancho le dice: "¡ Que bonito ! Un presidente paseando sin escolta". El presidente se ríe y les responde: "Adiós vagabundos". Prosigue su paseo y se detiene en la residencia de otro viejo amigo, Juan de la Cruz Alfonseca. La esposa de Juan, doña Teolinda Castillo, al verlo llegar sólo con un ayudante y el cochero, con esa premonición que caracteriza al dominicano, antes siquiera de saludarlo le advirtió: "Mon, déjate de estar andando sin escolta, que en este país hay mucha gente mala".
En la casa de Juan apenas permanece minutos. Continúa su marcha y su avance hacia la muerte. Pasa frente a la estancia grandiosa de Pedro Marín. Ahí observa entre las matas de mango un grupo de hombres que él sabe que le son hostiles moviéndose de una manera extraña. Observa que están armados y bebiendo aguardiente. Se apodera de él un presentimiento de que algo anormal está ocurriendo, pero nunca piensa que están esperándolo para matarlo. De todas maneras, se le ocurre llamar por teléfono a la prevención para que manden patrulla a ver lo que pudiera estar pasando con esos hombres. Más vale precaver que lamentar, piensa. Avanza un poco más y llega a la casa del banquero Santiago Michelena, la misma casa donde posteriormente viviría Trujillo y donde hoy funciona la Cancillería de la República. Quiere llamar por teléfono desde esa casa, pero las cosas del destino son muchas veces extrañas. Resulta que en la casa no está Don Santiago y su esposa se estaba bañando. Entonces, respetuoso de no entrar en la casa en ausencia del marido, le ordena a Cachero regresar a la capital. El cochero obedece e inicia el regreso, pero estaba escrito que Mon nunca más pisaría La Primada de América vivo.
Tan pronto avanzan un poco observan desde lejos un coche y un automóvil entorpeciendo el camino. Pero aún así ninguno de los tres, ni siquiera Mon, un hombre de mil batallas, piensan en el inminente peligro de la emboscada en la que entraban. El coronel Pérez, lo único que atina a decirle a Cachero es: "Tócales la campana, Cachero, para que dejen paso libre". Cachero toca la campana, pero en vez de abrir paso, los hombres salen de los matorrales de la casa de Pedro Marín, y desafiantes gritan: "Alto ahí, carajo, ríndanse y considérense presos". El grupo de asesinos lo encabeza Luis Tejera, el hijo de Emiliano Tejera, Canciller del gobierno de Mon. El coronel salta del coche y dispara su arma contra el grupo, mientras Cachero fustiga la yegua para acelerar la marcha y abrir paso entre los atacantes. Pero éstos estaban precavidos y dispuestos. Varios de ellos apuntan sus revólveres a Mon, y sin pensar en las consecuencias, le disparan. Varios disparos lo alcanzan. El presidente se derrumba en el asiento manando sangre del pecho. Está mal herido y fuera de combate, y él, que no es tonto, presiente la muerte.
El coronel, falto de valor, se queda lejos del presidente, escondido detrás de unos árboles. Pero tres miembros de la Guardia Republicana, la temible Guardia de Mon, que estaban cerca, corren al lugar de los hechos y descargan sus carabinas sobre los asesinos. El jefe del grupo, Luis Tejera, cae herido de gravedad. Cachero, a diferencia del coronel, da la cara y reparte latigazos. En tanto, Mon, a pesar de su precaria situación, trata de sacar su revólver, pero no puede. Entonces le pide a Cachero el suyo, y con él apenas puede hacer dos disparos. Cachero trata de abrirse paso violentamente, pero dos ruedas de la Victoria se atascan en una zanja y se vuelcan. Mon, el presidente Mon, con su cuerpo pesado, cae al suelo. Cachero, su leal cochero, corre hacia él despreciando las balas que aún disparan algunos atacantes. Lo ayuda a levantarse y con dificultades enormes lo sostiene por el tronco y lo encamina a la residencia de su amigo Francisco J. Peynado, el mismo que había saludado apenas una hora antes y se había extrañado de que el presidente anduviera sin escolta. A Mon le es imposible subir las escalinatas de la casa, y de nuevo cae al suelo en estado agónico. Los asesinos no dan tregua, lo persiguen para rematarlo. En eso, la esposa y la madre de Peynado, desafiando el peligro, bajan a su encuentro para auxiliarlo. Es entonces cuando los asesinos, ante el fuego de las carabinas de los tres miembros de la Guardia Republicana, y de las enérgicas reprimendas de las mujeres, retroceden, conscientes de que ya han cumplido con la misión de asesinar al presidente. Y efectivamente, Mon estaba a un segundo de la muerte, de dónde nadie regresa. Tiene cinco heridas, una en el cuello, otra en el pecho, otra en un hombro, otra en la mano derecha y otra en un muslo. Imposible salvarse. Trata de decir algo. Doña Carmen González de Peynado acerca su oído y sólo le oye con mucho trabajo balbucir:
"Mi madre; mi madre". Fueron éstas las últimas palabras de Mon Cáceres, el presidente que había pacificado el país y lo estaba enrumbando por el camino de la estabilidad y el progreso. Su muerte fue una verdadera tragedia para el pueblo dominicano. Juan Bosch, El Maestro, en un artículo publicado 24 años después de ese magnicidio escribió: "A Lilís se le pudo matar y salir glorificado del asesinato: Lilís gobernaba por el sólo placer de gobernar; a Cáceres no se le debió matar nunca. todavía se resiente el país de aquella tragedia. Duele en el corazón dominicano pensar dónde estaríamos hoy si el vigoroso capitán mocano hubiere llenado su ambición de progreso. Pero más aún duelen los años trágicos que se desencadenaron sobre el cadáver de aquel hombre. El bienio de los Victoria costó al país más sangre, más lágrimas y más dolor, que cualquiera epopeya libertadora de los pueblos vecinos

¿COMO ERA Y COMO VIVIÓ EL DUARTE DE LA INDEPENDENCIA?. AUTOR E. PATIN VELOZ




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El Duarte, de la Independencia era un hombre de 31 años, que ya para esa época, era comerciante, tenedor de libros, patriota, político y militar.
Aparte de lo anterior, tenía una amplia cultura y una clara inteligencia que fue reconocida por sus contemporáneos.
Como poseía buena presencia y un trato afable así como una gran vocación de servicio, no tardó en convertirse en un líder juvenil, que la juventud de su tiempo reconoció y siguió.
Todos sus contemporáneos advirtieron su gran vocación patriótica, política y militar.
Y como era hombre de su época fue liberal, romántico y masón, sin excederse en ninguna de esas cosas.
No fue un excéntrico y hasta donde sabemos, hacía una vida social, de acuerdo con las costumbres de su clase y de su tiempo.
En lo que se refiere a su vocación religiosa, aunque tuvo una formación cristiana y católica, nunca se distinguió por tener una devoción exagerada, pese a tener estrecha relación con varios sacerdotes que eran íntimos amigos de su familia.
En lo que se refiere a su vida amorosa, el Duarte de la Independencia tuvo dos novias: María Antonia Bobadilla y Prudencia Lluberes. Con la primera llegó a comprometerse y le regaló una sortija que se conserva en la Casa de Duarte y por motivos que ignoramos, este compromiso se deshizo. Luego se comprometió con la segunda, con la cual no llegó a casarse, y ésta permaneció soltera e hizo de su memoria un culto, que duró hasta su muerte, en el 1893.
De lo que sí podemos estar seguros es que Duarte, no fue un misógino ni indiferente a los encantos femeninos, como lo demuestra la relación que tuvo con las alemanas que trató en Hamburgo.
El Duarte, de la Independencia fue acusado de inexperto, idealista y ambicioso, pero jamás de santo, espiritualista o místico. Esto nos hace suponer que sí tuvo esas cualidades no las manifestó en forma notable o exagerada.
Si el Duarte de la Independencia se hubiera dado a conocer por esas cualidades, no hubiera tenido los cargos militares que tuvo en los cuales nunca fracasó, por no reunir las cualidades requeridas para su desempeño, ni se hubiera dado el caso de que un grupo de 57 oficiales le hubieran pedido a la Junta Central Gubernativa que lo nombrara jefe del Ejército.
Resulta muy difícil imaginarse a un sujeto de una espiritualidad exquisita o excelsa, como la que se le atribuye a Duarte, fundando y dirigiendo una sociedad
conspirativa como lo fue La Trinitaria o dirigiendo la sublevación del 9 de junio del 1844 o siendo comandante militar del Departamento de Santo Domingo.
Igualmente hubiera sido muy contrario a la realidad y a la experiencia histórica que en Duarte se hubiera dado el caso de un místico o un espiritual tan exquisito trabajando como tenedor de libros, apuntador de teatro, agrimensor o comerciante.
Mientras más analizamos la obra de Duarte durante la Independencia, más nos convencemos de que no pudo ser la de un místico de una espiritualidad exagerada ni la de un soñador que no tenía sus pies sobre la tierra, porque ese tipo de obras nunca han sido ejecutadas por esa clase de hombres.
De todo lo anterior podemos concluir que el Duarte de la Independencia no vivió ni actuó
durante esa época de su vida, como el místico, el santo o el Cristo dominicano que se nos ha descrito.
Ese Duarte, vivió y actuó como un líder juvenil, dinámico y positivo y es a ése y no a otro, al que le debemos la Patria de que hoy disfrutamos.


sábado, 31 de agosto de 2013

José Lezama Lima
(La Habana, 1912 - 1976) Poeta, ensayista y novelista cubano considerado, junto a A. Carpentier, una de las más grandes figuras que ha dado la literatura insular. Nació en el Campamento de Columbia, cerca de La Habana, donde su padre era coronel. Ya en la capital participó en los alzamientos estudiantiles contra la dictadura de G. Machado e ingresó en la universidad para cursar la carrera de derecho. En toda su vida sólo abandonó la isla durante dos breves estancias en México y Jamaica. Entre sus actividades divulgativas, fundó la revistaVerbum y estuvo al frente de la tribuna literaria cubana más importante de entonces, Orígenes, de la que fue fundador, con J. Rodríguez Feo, en 1944.

José Lezama Lima
En esta última revista se expusieron las tendencias literarias de sus fundadores y colaboradores: lirismo estetizante e intelectualismo, clasicismo inclinado hacia el neoculteranismo y ausencia de todo compromiso social, lo que determinó su carácter altamente elitista y le permitió tener entre sus colaboradores poetas como J. R. Jiménez. Los principales amigos y compañeros de ruta de Lezama por entonces fueron C. Vitier, E. Diego, V. Piñera y O. Smith, además del también poeta y sacerdote español Á. Gaztelú, que influyó enormemente en su formación espiritual.
Pero aparte de éste y otros grupos minoritarios que frecuentó en distintos períodos, la vida de Lezama nunca tuvo una gran resonancia pública, ni antes ni después de la Revolución, a causa de su singularidad y de una precaria salud que colaboraba a su aislamiento. Precisamente el agravamiento de su asma crónica y problemas causados por la obesidad que padecía parecen haber sido la causa de su muerte, tras una larga estancia hospitalaria, el 9 de agosto de 1976.
Gran conocedor de L. de Góngora y de las corrientes culteranas y herméticas, devoto del idealismo platónico y ferviente lector de los poetas clásicos, Lezama vivió plenamente entregado a los libros, a la lectura y a la escritura. Por lo que respecta a su poesía, no se alteró especialmente en la forma ni el fondo con la llegada de la Revolución y se mantuvo como una suerte de monumento solitario difícilmente catalogable. Para muchos especialistas, el conjunto de la obra lezamiana representó dentro de la literatura hispanoamericana una ruptura radical con el realismo y la psicología, y aportó una alquimia expresiva que no provenía de nadie. J. Cortázar fue sin duda el primero en advertir la singularidad de su propuesta.
Su libro de poemas inicial fue Muerte de Narciso(1937) al que siguieron Enemigo rumor (1941),Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador(1960), entregas que son otros tantos hitos de la poesía continental en la línea hermética y barroca de la expresión lírica.
Sin embargo, la obra que consagró a Lezama dentro de las letras hispanoamericanas fue la novelaParadiso (1966), en la que se ha querido ver una doble alusión a la inocencia bíblica anterior al pecado original y a la culminación del ciclo dantesco. Al mismo tiempo, en Paradiso se refleja la tradición y la esencia de lo cubano en una vertiginosa proliferación de imágenes que protagonizan la obra: un mundo de sensaciones, de recuerdos y de lecturas familiares que conforman y determinan la cosmovisión del novelista.
Esta obra, que merece un capítulo aparte en la bibliografía del autor, se ha considerado una novela de aprendizaje por la descripción a todos los niveles del proceso de desarrollo del protagonista, José Cemí, desde su infancia hasta la madurez. El conjunto de la narración muestra una imagen arquetípica en el sentido del platonismo de Cuba que es a la vez un contrapunto actualizado con las páginas del diario de Cristóbal Colón que describen la edénica belleza de la isla recién descubierta, que como todo Edén alberga la certidumbre de su pérdida.

Pese a no limitarse a los elementos autobiográficos, en Paradiso abundan las referencias al autor, a modo de enclaves verosímiles en el tejido de la trama: en el primer capítulo el niño José Cemí aparece en la cama enfermo de asma; luego, una regresión cronológica nos lleva al pasado del coronel y su familia; posteriormente se narra la iniciación sexual del protagonista en uno de los lugares de destino de su padre, con cuya muerte termina un ciclo placentero de la vida de Cemí y comienza un intenso desfile de personajes y situaciones, entre las que destaca la iniciación a la poesía del protagonista por parte de un tío.

Otra constante de la obra de Lezama aparece en el polémico capítulo octavo, donde se manifiesta el predominio del erotismo. Poco a poco los monólogos y disertaciones intelectuales, Aristóteles, San Agustín, un amplio comentario sobre F. Nietzsche indican el doble camino de búsqueda, bifurcado entre la erudición y la poesía, como una construcción verbal que apunta a una finalidad desconocida. A esas alturas se advierte que, más allá de un proceso de aprendizaje, se trata de una experiencia iniciática en la que el discurso narrativo del autor asume el protagonismo.
Póstumamente se publicó todavía una novela incompleta, Oppiano Licario (1977), en la que Lezama desarrolló la figura de un personaje de ese mismo nombre que ya había aparecido en Paradiso. La crítica ha señalado que, de modo inverso al del ciclo dantesco, a pesar de que el autor se inició en la poesía y derivó luego hacia la novela, es conveniente adentrarse en Lezama empezando por Paradiso,pasando después al purgatorio de sus ensayos, reunidos mayoritariamente bajo el título La expresión americana, y La cantidad hechizada, para acabar finalmente en su infierno poético.
Precisamente el carácter póstumo de las versiones definitivas de la obra de Lezama, aparecida casi siempre en forma fragmentaria durante su vida, es una de las señales inequívocas del ambiguo y socrático magisterio que ejerció en la literatura de su país, que puede rastrearse mejor que en sus libros en las revistas que dirigió: Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941), Nadie parecía (1942-1944) y sobre todo, una de las más importantes publicaciones hispanoamericanas, Orígenes (1944-1957).
A través de ellas el poeta devino una figura imprescindible para la juventud intelectual cubana, a la que sedujo también con su famoso don conversacional y a la que animó en la creación literaria. Muchos poetas y narradores posteriores a ese período siguen admitiendo la influencia significativa que la propuesta del maestro ha tenido en su obra: la más notoria se proyectó sobre S. Sarduy, que postuló su teoría del neobarroco a partir del barroco lezamiano.

POEMAS CINTIIO DE VITIER.



 





"...Rompe la piedra salvaje para mi tacto,
la risa del salado amanecer para mi vida..."
"Karen with T.Shirt"

Francine Van Hove




Reseña biográfica
Poeta, ensayista, narrador y crítico cubano nacido en Cayo Hueso, Florida, en 1921.
Doctorado en Leyes, ha ocupado importantes cátedras en la Escuela Normal para Maestros de La Habana
y en la Universidad Central de Las Villas. Es Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana,
de la Universidad Central de Las Villas y de la Universidad Soka de Japón.
Su poesía descrita por él mismo como "el testimonio de un silencio que ha querido expresarse", constituye
un valioso aporte a las letras hispanas. «La voz arrasadora», «Examen del maniqueo» «Compromiso»
y «Torre de marfil, son algunas de sus mejores piezas poéticas.
Obtuvo numerosas distinciones entre las que sobresalen: el Premio Nacional de Literatura en 1988,
el Premio Juan Rulfo en el año 2002, el título de Oficial de Artes y Letras de  Francia  y la medalla de la 
Academia de Ciencias de Cuba
.
Falleció el 1° de octubre de 2009.                   ©


Ahora que empieza a caer, del cielo...           
Algo le falta a la tarde...

Calendario

Canción

Donde la brisa...

El aire

El desposeído

Estamos        

Examen del maniqueo

Faltabas tú, poeta. La injusticia...

La hoja

La luz del cayo

La obra...

La voz arrasadora

Lejos

Los límites futuros

Más rápido que el tiburón lejano          

Nada serán mis palabras...

Noche de Rosario

Palabras a la aridez

Palabras de Nicodemo

Pienso en la santidad de los lugares...

Preludio

Respuesta al examen del maniqueo

Sedienta cita       

Trabajo         

Último epitalamio

Un extraño honor

Un golpe de recuerdos te modela... 
         

Puedes escuchar al poeta en: 
La voz de los poetas
Volver a: A media voz
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Ahora que empieza a caer, del cielo...
                                                                                            A mi esposa
Ahora que empieza a caer, del cielo
de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver,
profundo, estrellado, carne y alma nuestra,
ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,
ahora que el lápiz finísimo, grabando
una medida sagrada, una cantidad misteriosa
del vino que sube en la jarra de la ofrenda,
empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos
como ciervos bebiendo en el agua extasiada,
junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,
las huellas del tránsito de nuestra juventud,
ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía
porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón
y es algo mucho más terrible y precioso que el amor
que diariamente conocíamos,
ahora, mujer, ahora, destinada mía,
es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,
que dice únicamente así:

Te amo, lo mismo
en el día de hoy que en la eternidad,
en el cuerpo que en el alma,
y en el alma del cuerpo
y en el cuerpo del alma,
lo mismo en el dolor
que en la bienaventuranza,
para siempre.

 

Algo le falta a la tarde...

Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos,
y yo mirando a las nubes
siento lo que no he sentido.

A cada instante pregunto
por el tesoro perdido
cuya sombra se desplaza
con melancólico frío.

Mirándome está el deseo,
nocturno, solo, infinito;
callada va la nostalgia
llameando eternos vestigios.

No llega nunca mi gesto
a la tierra del destino;
la vida acaba inconclusa,
quedan los sueños en vilo.


 
Calendario

entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario
si entre eros y héroe no se atreve
a prescindir del año imaginario

sigue la fe que nos sopló el primero
al segundo del canto gregoriano
miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano
las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas
anunciando entretiempos de soñar
zigzagueo de amor entre las cosas

abre la i lo que la ele lanza
con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza
la primavera en sí su reino funda

llega la lluvia sacudiendo el rayo
como una forma natural del arte
la tarde azul deja de ser ensayo
la flor toma el poder y lo reparte

ah junio amigo de la poesía
con tus letras no he de jugar ("perdona
llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría

el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores
en las umbrías úes coloniales
como en la plaza de los resplandores

agosto al gusto ya lo agosta intacto
en la encendida miel del fruto abierto
fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto

empieza a dispersarse la dulzura
en las sierpes nubosas del ocaso
secreto tinte vagamente dura
la noche extiende de rocío el brazo

"escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa
que lo circunda con extrañas ganas
de ser halo fatal o faz furiosa

no vi su nombre no sentí su sombra
sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra
porque siguen silbando aquellos trenes

sensación de llegar -honda familia
callada eternidad cada momento
sabores del hogar en la vigilia-–
ya  todo el tiempo" un solo nacimiento.

27 de marzo 1999


Canción

¡Oh dulcísimo callar
del ángel de mi sigilo!

¡Oh dulcísimo callar
del mundo en mi corazón!

¡Oh dulcísima miseria
de mis ojos en la flor,

de mi soñar en el ro,
de mi tacto por el cielo!


Donde la brisa...

Porque tal es el rostro del fracaso
que el espejo devuelve ciegamente
aun antes de llegar, dulce y demente,
el último rescoldo del ocaso:

frente de la obsesión y del rechazo,
ojos que sólo vieron lo renuente,
nariz que impide el aire, boca ausente
en su amargo sabor: extraño vaso

a punto de volverse puro hueso:
porque tal es el fin, tal la ceniza
cuyo suave huracán todo lo arrasa,

dejar de letras quise un ramo grueso
que ardiera un poco más donde la brisa
orea la aridez, sonríe y pasa.

El aire

Estoy despierto, sí, estoy mirando
fríamente algunas cosas
que van dejando ya de ser secretas.
Están ahí, como los árboles
en el desnudo aire. Sí, estoy despierto.
Hasta la casa de mi infancia es de los otros:
la han pintado de un color chillón,
entran y salen por los cuartos de mi alma,
hablando de otro asunto. La luz invade el patio
de mis ocultas nadas. También miro
con deseo ese rostro que es ninguno
y que viene como un ave malherida
de los que sufren y sonríen.
¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto.
Estoy mirando el polvo bañado por la luz,
las tinieblas disueltas en el aire
cuando empieza a dibujarse la verdad:
el árbol, la alegría, el sacrificio.
Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre
de los que puedo recordar, y más olvido
del que puede olvidarse en este mundo.
Pero qué importa, al fin, si la mitad
de aquella vida se me desprende y cae,
si tanto sueño, al fin, ha despertado,
si no hay sitio que no me esté mirando
ni instante en que el azar no me visite.
Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!,
misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire,
el simple aire límpido y vacío,
llenará nuestras voces y esperanzas.


El desposeído

No son mías las palabras ni las cosas.
Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos
que a mí no me conciernen,
espero sus señales como el fuego
que está en mis ojos con oscura indiferencia.

No son míos el tiempo ni el espacio
(ni mucho menos la materia).

Ellos entran y salen como pájaros
por las ventanas sin puertas de mi casa.

Alguien habla detrás de esta pared.

Si cruzara, sería en la otra estancia:
el que habla soy yo, pero no entiendo.

Tal vez mi vida es una hipótesis
que alguno se cansó de imaginar,
un cuento interrumpido para siempre.

Estoy solo escuchando esos fantasmas
que en el crepúsculo vienen a mirarme
con ansia de que yo los incorpore:
¿querría usted negar, sufrir, envanecerse?
No es mía, les respondo, la mirada,
negar sería espléndido, sufrir, interminable,
esas hazañas no me pertenecen.

Pero de pronto no puedo disuadirlos,
porque no oigo ya mi soledad
y estoy lleno, saciado, como el aire,
de mi propio vacío resonante.

Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo
ninguna idea de quién soy,
dónde vivo, ni cuándo, ni por qué.

Alguien habla sin fin en la otra estancia.
Nada me sirve entonces. No estoy solo.
Estas palabras quedan afuera, incomprensibles,
como los guijarros de la playa.



Estamos

Estás
haciendo
cosas:
música,
chirimbolos de repuesto,
libros,
hospitales
pan,
días llenos de propósitos,
flotas,
vida,
con tan pocos materiales.
A veces
se diría
que no puedes llegar hasta mañana,
y de pronto
uno pregunta y sí,
hay cine,
apagones,
lámparas que resucitan,
calle mojada por la maravilla,
ojo del alba,
Juan
y cielo de regreso.
Hay cielo hacia delante.
Todo va saliendo más o menos
bien o mal o peor,
pero se llena el hueco,
se salta,
sigues,
estás haciendo
un esfuerzo conmovedor en tu pobreza,
pueblo mío,
y hasta horribles carnavales, y hasta
feas vidrieras, y hasta luna.
Repiten los programas,
no hay perfumes
(adoro esa repetición, ese perfume):
no hay, no hay, pero resulta que
hay.
Estás, quiero decir,
Estamos.


Examen del maniqueo
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.

¿De qué vale sutilizar los argumentos?
-Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar el pan?
Nada puede consolarte.
-Nada: porque mientras menor o más irreprochable haya sido tu
               complicidad,
más esencial es tu miseria,
y mientras creías estar amparando en tu casa a los dioses siempre
               derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción.

Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no podrás decirle:
fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas,
sino tendrás que confesarle: soy
esta mezcla deleznable,
me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del César
y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,
-quise salvar la luz, pero no pude.
18 de septiembre de 1961


Faltabas tú, poeta. La injusticia...

                                                                     Para Antonio Guerrero

Faltabas tú, poeta. La injusticia
no podía omitir-te en su venganza:
ella sabe con lúcida impudicia
lo que el amor a la belleza alcanza.

Mas no le importa. Su misión inicia
creyendo que encadena la esperanza,
que prostituye el verbo a la avaricia,
que entrega a mercaderes la balanza.

Tú en cambio tienes la risa de tu hijo,
la fuerza de tu madre, la palabra
del que por siempre a los cubanos dijo:

Solo será posible lo imposible.
Salud, Antonio. Tu alegato labra
la estrofa de los cinco, ya invencible.

28 de diciembre del 2001

 


La hoja

Quedará
lo que ella afirma no lo dice
su decir es no decir y no decir y no decir
no infinitamente sino
Tres Veces
tres infinitas veces
En su rostro escribo y es un rostro sin más rasgos
que mi escritura
que ella tornará blancor de mente, jeroglífico
de espuma,
nada
Una hoja tras otra no hacen un árbol
sino un libro un libro tras otro
no hacen un árbol sino una colección
de libros Una colección tras otra hacen
una biblioteca En la biblioteca dicen
que no hay pájaros pero yo los he visto
Lo que no he visto es libros en el bosque
Claro que el bosque mismo puede considerarse un libro etc.
Etcétera es la única palabra que la hoja abomina.


La luz del cayo

Una luz arrasada de ciclón,
aquella misma luz que vi de niño
en las mañanas nupciales del miedo,
estaba esperándome aquí, pero aún más pobre,
más secreta y huraña todavía,
como si no hubiera lámpara capaz
de agrupar nuestras sombras dispersadas,
ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso
de espumoso chocolate hasta mi cama
para decir: la dicha existe, la inminencia
es un tren que estremece las maderas
cargado de luces y dulzura.

Por las calles oculto yo corría
gritando como un pino indominable,
destellando la honda piedra de presagios,
discutiendo silencioso con las nubes,
a comprar un martillo y unos clavos
para clavar la casa contra el miedo,
y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos,
buscando el ojo del ciclón que nos miraba
como un animal remoto y triste.

Esa luz está aquí, ya sin peligro,
toda exterior y plana, establecida
en la absoluta soledad del Cayo,
pura intemperie de mi ser, diciéndome:
no queda nada, no era nada,
no tengas miedo ni esperes otras nupcias,
arde tranquilo como yo, árida y sola,
no esperes nada más, ésta es la gloria
que aguardaba y merece (único amparo)
tu flor desierta.

( De Testimonios )


La obra...

Mientras más guardo en mis despensas, soy más menesteroso,
siempre ante el mismo muro, de nada me han servido
las lámparas que encendí. Es de noche. Estoy solo.
Las estancias aun tibias del festejo desiertas,
ni un gesto, ni una sílaba, ni un aroma, podrían ayudarme.
Tengo que hacerlo todo otra vez, de la raíz
para encontrar al cabo que no poseo nada,
que el pabellón oscuro se inclina a la intemperie.


 

La voz arrasadora

Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con
            recelo.
Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien
mirarlos los rostros, bien oídas las voces,
la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se torna
            trágica.
Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la
            acción. Casi nunca lo contrario ocurre.

Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido
            peregrinas ambiciones.

Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.

Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las
            palabras

y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas.

No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois del
            indecible oficio.

Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y
            sus fantasmagorías son quehaceres, hechos.

¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha
            tocado una cosa desnuda de alusión;

que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcanzable
            reino de las transposiciones:

a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se necesita la
            comida o la mujer?

Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo
o por lo mismo, ya no me preguntéis,
cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su
            fantástico tesoro
y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a
ocupar el puesto que le asignan.
Marzo de 1960


Lejos

Lejos, lejos nací,
lejos de mi alma:
separada la vida
de la mirada.

Lejanía que fue
toda la patria,
como una cicatriz
que no cerrara.

No pude atravesar
la tarde rara:
lejos, lejos de mí,
no me abarcaba.

He visto, comprendiendo,
la mar morada,
el confín misterioso,
la doble playa.

Los límites futuros

                                                          A José María Valverde
He tocado estos límites, los he masticado,
los he digerido (mal, desde luego),
los he trasmutado en días enormes y pequeños,
los he mandado a la luna de ida y vuelta,
los he dejado en Venus una tarde,
me he vestido con ellos para festejar mis bodas,
los he visto arder en la ceniza,
los he llenado de flores e improperios,
los he confundido con el patio de mi casa,
me han atendido como sirvientes,
médicos, psicólogos y sepultureros,
los he oído recitar sus poesías,
los he llevado como bastón, como amuleto,
como título de propiedad, como esperanza,
se han puesto a discutir con los vecinos
y desde luego con las nubes y los gatos,
los he sacado a puntapiés y me han abierto
las puertas del crepúsculo llorando,
se han llenado de rabia y de deseo,
se han puesto a recordar en la azotea,
juntos oímos música y leemos,
juntos sufrimos, nacemos y cantamos,
sus ojos borrarán estas palabras.


Más rápido que el tiburón lejano

Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres grandes y pálidas

oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.

Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción clara y sumisa,

los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el firmamento vacío.

Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las islas felices,

un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver

el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.
 


Nada serán mis palabras...
Nada serán mis palabras
si no encuentran otra boca
que las cante y las olvide
y las devuelva a la sombra.

Allí quizás amanezcan,
vagas ciudades ruinosas,
y a otros solos lleve el aire
la nostalgia de su aroma.

Nada será lo que soy
si en los otros no se apoya:
mi presencia en otro hombro,
mi esperanza en su congoja.

¡No me dejes amarrado,
demente, al ánima sola!
¡Mira que voy a mi infierno
si no hay pecho que me acoja!

El que pasa me sostenga,
la voz pueril sea mi roca,
en ellos soy, y con ellos
pediré misericordia.

 

Noche de Rosario

Intentemos
lo inaudito, la derrota,
la arrebatadora, serenísima
catástrofe
de lo que no puede ser.

El ser de aquella noche
más allá de las imágenes,
en la carne viva de si misma,
añora equivalencias
que no están ni en mis poderes más recónditos.

No están, pero no estar es algo
semejante a los ojos más vehementes,
como los de aquella delicada,
con realeza joven,
grave judía en qué espinares.

Atacar por una
de las figuras de la noche
con la precipitación del mar, alivia
el desértico fuego de que no
hay senda para llegar a ello.

¿Qué es ello, le pregunto al humo
a la candela, al sabio
sabor que se me va amargando
a la par que crece la ceniza,
marea en sí vistosa de algún oro?

Es sólo así, juntando puntas
de una incandescencia que sonríe
indescifrables bordes, como alcanzo
a divisar lo que no fue,
por las fervientes calles de Rosario.

Decir ¿qué es? Allí nacía
lo que conozco a borbotones
cuando la sed despierta su bebida,
el hambre su alimento,
la luz su fuego.

Eran jóvenes, sí, con el murmullo
de una conversación americana
en la noche del Sur, cosa que brilla
como la plata al fondo de la pena,
y ofrece copas, risas.

Risas, si esta palabra
pudiera deletrearse como estrellas
y masticarse como el pan
de la menesterosidad de aquellos
sentados a la mesa de las bodas.

Mesa, banquete, lujo
del ser cuando se reconoce
incapaz de conocerse, a punto
de lo saciado eterno en el efímero
resplandor de los comunicantes.

¿Efímeros, aquéllos? Las miradas
llegaron a ordenarse en una esquina
de una alta madrugada. Pocos
quedamos, fuimos, solos. Éramos
todos. No hubo ausentes.

Y ardía la promesa del pobre ser,
casi innombrable.


Palabras a la aridez

No hay deseos ni dones
que puedan aplacarte.
Acaso tú no pidas (como la sed
o el amor) ser aplacada. La compañía
no es tu reverso arrebatador, donde tus rayos,
que se alargan asimétricos y ávidos
por la playa sola, girasen melodiosamente
como las imantadas puntas de la soledad
cuando su centro es tocado. Tú no giras
ni quieres cantar, aunque tu boca
de pronto es forzada a decir algo,
a dar una opinión sobre los árboles, a entonar en la brisa
que levemente estremece su grandioso silencio,
una canción perdida, imposible, como si fueras
la soledad, o el amor, o la sed. Pero la piedra
tirada en el fondo del pozo seco, no gira
ni canta; solamente a veces, cuando la luna baña los siglos,
echa un pequeño destello como unos ojos que se abrieran
cargados de lágrimas.

Tampoco eres
una palabra, ni tu vacío quiere ser llenado
con palabras, por más que a ratos ellas
amen tus guiños lívidos, se enciendan como espinas
en un desértico fuego,
quieran ser el árbol fulminado,
la desolación del horno, el fortín hosco y puro.
No, yo conozco
tus huraños deseos, tus disfraces. No he de confundirte
con los jardines de piedras ni los festivales
sin fin de la palabra. No la injurio por eso. Pero tú no eres ella,
sino algo que la palabra no conoce,
y aunque de ti se sirva, como ahora, en mí, para aliviar
el peso de los días, tú le vuelves la espalda,
le das el pecho amargo, la miras como a extraña, la atraviesas
sin saber su consistencia ni su gloria. La vacías.
No se puede decir lo que tú haces
porque tu esencia no es decir ni hacer. Antigua,
estás, al fondo, y yo te miro.

Todo lo que existe pide algo.
La mano suplicante es la sustancia de los soles
y las bestias; y de la criatura que en el medio
es el mayor escándalo. Sólo tú,
aridez,
no avanzas ni retrocedes,
no subes ni bajas,
no pides ni das, piedra calcinada,
hoguera en la luz del mediodía,
espina partida,
montón de cal que vi de niño
reverberando en el vacío de la finca,
velándome la vida, fondo de mi alma, ardiendo siempre,
diurna, pálida, implacable,
al final de todo.

Y no hay reposo para ti,
única almohada
donde puede mi cabeza reposar. Y yo me vuelvo
de las alucinantes esperanzas
que son una sola,
de los actos infinitos del amor
que son uno solo,
de las velocísimas palabras devorándome
que son una sola,
despegado eternamente de mí mismo,
a tu seno indecible, ignorándolo todo,
a tu rostro sin rasgos, a tu salvaje flor,
amada mía.
Palabras de Nicodemo 

                                                                    San Juan, 3 

Él me dijo que era preciso
renacer, y yo le dije: ¿cómo?
¿a mis años puede un hombre
volver a entrar en el vientre de su madre?
Yo sentía mi rostro como una página escrita
en el viento y en la sombra
que hacían temblar nuestros cabellos
y nuestras simples vestiduras.
Las hojas también temblaban levemente,
con un sonido áspero y dulce, acariciando
los mediodías en el patio de la infancia.
Y él me dijo, y sus palabras
no parecían estar saliendo de sus labios
-¿tal vez porque la sombra los cubría, o porque era
tan ardiente su mirada?-: Oye,
tienes que renacer en el agua y el espíritu,
y hacerte del espíritu, si quieres
entrar en el Reino... Todo era
como un encuentro casual y lejanísimo
de dos amigos, y él estuvo hablando
todavía un rato, y yo sentí de pronto
que me hablaba con cierta dureza,
como reprendiéndome, y después
nos separamos silenciosamente.
Pero ahora estoy oyendo sus palabras de otro modo,
como si hubieran pasado por el agua de mi sueño
y gotearan en la luz de la mañana,
en la blanca bocanada de la luz, en las mañanas de mi infancia,
repitiéndome: si crees en mí,
si vuelves a nacer en el agua y el espíritu,
si te haces del espíritu...
Los niños pasan gritando por la ciudad vacía.


Pienso en la santidad de los lugares...

Pienso en la santidad de los lugares
que nos han recibido y que dejamos
quién sabe a qué parejas o a cuáles solitarios
tan distantes de nosotros como astros
y que sin saberlo continuarán los gestos
que entre las cosas quedaron inconclusos
, y pienso en las costumbres de las cosas, criaturas
de este mundo pequeño, interminable,
que no acabamos nunca de palpar, a tientas
bajo el sol deslumbrante o la callada luna,
desconocidas lámparas de lo desconocido
con nuestras huellas dactilares: jarras,
libros, esquinas, nubarrones, árboles,
el mar, el sillón, el espejo, la noche,
todo lo que llamamos la vida sin saber
qué significa siquiera la palabra
que no es una palabra sino música
oída sólo en sueños, o un instante
de ese llamado amor que nos sorprende y cae,
roto en risa entre las piedras.

 


Preludios

1
Al despertar el primer gesto es para ti,
oh voluptuosidad perdida,
sacando de la luna y de los muros que se unen
como la flauta silenciosa del bastardo,
en las hojas lejanas una sílaba intacta.

Una hoja soplando su ventura
en el peso de la noche que desprende los espacios
como la sal de su cuerpo el que mira al horizonte,
y allí la renuncia de los días más amados
cayendo hacia el espejo donde el viento no se oye.

Los amantes aún dormidos como astros
que pierden los poderes de la duda
y se vuelven un lúcido paisaje testifican
el abandono de los sitios de dulzura, la paciencia
tirada junto al mar como un escombro.

Yo pregunto por ti,
oh voluptuosidad perdida,
y es la piedra de esplendores insaciables
lo que toca mi paladar como si yo me uniera
con el blancor del ave que remonta.

2
¿Cómo empezar, olvido, si el ave no ha empezado?
¡Rompe los textos silenciosos de la brisa,
la nieve de la noche cuando el cuerpo desnudo se le escapa
y amanece otra tela resonando en otra playa!
¿Cómo nombrar la vida con el humo,
la sangre con la calma vacía de los vastos almacenes
o con la humedad rosada que era la noche de la luz?

¡Rompe la piedra salvaje para mi tacto,
la risa del salado amanecer para mi vida
de lentitud igual a la celeridad del fuego!

¿Dónde ceñir el frenesí desierto
y los hogares a lo largo de la costa pálida mordidos
por una bestia más tranquila que la noche?
¿Cómo empezar, olvido, si tú jamás acabas?

3
Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres
            grandes y pálidas
oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado.
Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción
            clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el
            firmamento vacío.

Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las
            islas felices,
un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.

4
Allí donde la vida es la palabra ya en desuso,
la palabra del detritus y el silencio
que olfatean los perros, que desuella la luz
sentenciosa y delirante como ultrajada madre;
allí donde maduro el arlequín
disfrazado de tiempo y de mendigo
mira al caballo que resbala en la calle húmeda, sonríe
vagamente al nacimiento de un sonido
que es el sol de los ancianos,
yo miraba el arco de la medialuna y repetía:
voy a morir como la flor.

El mar a lo lejos aún suspira
fatigosamente incorporándose y cayendo en la penumbra.
Y el rosa desabrido que levanta
una página delgada y polvorienta en la memoria,
velado y hosco el mediodía, remolino de su bestia pura,
las tardes de redes y de viento como flor de espacio,
aún me imponen la dulzura de sentir
la palabra del escándalo saliendo de las últimas bujías
que batallan con la respiración del tiempo entre las rocas.

«Voy a oír como la flor», y contemplaba
las desérticas mujeres que barren y resisten
hasta que sus ojos alcanzan el esplendor de la luna
y un carruaje silencioso rompe ante sus labios la ciudad
            remota

5
Más rápido que yo mi sueño avanza
como el río cuya lentitud era la vida.

Está el abrupto atardecer fijo en mis ojos
con ese arabesco en el vacío hiriente
de las nubes borrascosas y rosadas que se rompen,
con ese voluptuoso arder de la ignominia en la dulzura
que me atraviesa disfrazado de mujer y ave.

Pero el sueño se detiene un instante desgarrador en otro
            mundo
y canta como la luz, más desierta que el tiempo.

«Abridme las puertas de los días quemados
para que al fin yo estruje la rosa salvaje en el patio marino,
para que al fin yo atraviese una calle baldía del mundo
y conozca la playa infernal donde un niño está cazando,
con un hilo imposible, soledades, cangrejos.»

6
Estalla la ola en arrecife
que sale de la noche como deslumbrante sílaba
de la palabra que me apresa. El tiempo
de la flor está pasando
en el hogar cerrado, en la mansión vacía
de memoria.

¿Qué palabras,
qué vírgenes de sueño y de sonido
resistirían el contacto de una gota de este mar
o el soplo del espacio despertado? ¿Qué argumento
-aun aquél, ilegible, con que el hombre
quema la eternidad de su deseo en una calle
fabulosa, mordida por la nada- y el escándalo en sus ojos
le deslumbra la historia?

Mi soledad entretejida
por el iris fugaz del imposible
con la gloria de las bestias absolutas en el agua y en el viento,
abre el frío desierto de los nombres.

Afuera está el tesoro, vivas alas de olvido,
fauces totales de la lejanía.

El tiempo
de la flor está pasando; la ola estalla,
otra vez, en lo oscuro.



Respuesta al examen del maniqueo 

Si tú mismo te examinas, el examen no es válido.
Las reglas no son ésas, ni siquiera el asunto.
Al medirte con la vara de tu fanatismo
te conviertes en una víctima, no en un penitente.
Pero el asunto es el amor,
sobre el que no hay definiciones ni escrutinios,
el amor que está viviendo en ti
(como en toda criatura)
una vida sufriente y misteriosa.
Por él serás juzgado, y tú no sabes
dónde están los tesoros,
los desiertos, las miserias, los espantos,
ni las silenciosas comuniones, ni las grandes alegrías
del amor que en ti padece.

Nada sabes, salvo que
tenemos, simultáneamente,
que velar y confiar.
Espera. Vive.

Sirve.


Sedienta cita

Cito textualmente las estrellas
y el hogar complejo de la naranja herida.
Diminuta es la luz en que el buey se esconde
lejos del ave, asoleando eternamente
las estudiosas manos del guajiro,
sus diez uñas sonoras de cavar el viento.

Dónde estuve, qué es esto, qué era tanto,
por qué laúd de sufrir o cal o estiércol frío
se me propaga en piedras la voracidad del corazón.
¡Ay, los dorados mulos de su costa difunta!
Veo mi rostro en el soez cristal partido,
en la espuela rota, en la leve nieve del sillón de mimbre.

Cito el insólito fieltro de las nubes idas.
Qué flora vuestra, qué dolor, qué tacto aherrojado y libre
desciende, estricto juez de oro, y canta.
Sí, desciende, paño de la luna, sobre un sucio mendigo,
y descarnándolo hasta sus flores o risas o planetas canta:
grácil noche de todos, alas de todos, vago perro.


Trabajo

Esto hicieron otros
mejores que tú
durante siglos.
De ellos dependía
tu sensación de libertad
tu camisa limpia
y el ocio de tus lecturas y escrituras.
De ellos depende
todo
lo que te parecía natural
como ir al cine
o estar triste, levemente.
Lo natural, sin embargo, es el fango,
el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza
la epopeya, que no es sólo
un asunto de héroes deslumbrantes,
sino también
de oscuros héroes, suelo de tus pisadas,
página donde se escriben las palabras.
Deja las palabras, prueba
un poco
lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo
para que seas:
ellos,
los sumidos en la necesidad
y la gravitación,
los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco,
los atados
al poste férreo de la monotonía
para que puedas barajar todos los temas,
los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido
para que puedas hacer
lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos.
Paladea el horno,
come fatiga.
Entra un poco, siquiera sea clandestinamente,
en el terrible reino de los sustentadores
de la vida. 


Último epitalamio

Pero si al cabo vienes, despojada
de tus flores nupciales, a la hora
en que el mundo hasta el fondo se desdora
y la ceniza cubre a la mirada;

pero si entonces, con la boca helada
del ocaso postrero que devora
toda ilusión, fatal coronadora,
al oído me dices: soy la nada,

te daré gracias por dejarme verte
y abrazarte desnuda, y por ser mía
siquiera en el instante de perderte;

y dormiré en el tálamo que hacía
mi corazón, soñando que la muerte
es tu último velo, poesía.

 


 
Un extraño honor

El árbol sabe, con sus raíces y sus ramas,
todo aquello que puede ser un árbol:
¿o acaso también falta
a su mitad visible otro esplendor
que es lo que está sufriendo y anhelando?
No lo sabemos. Pero él
no necesita conocerse. Basta
que su misterio sea, sin palabras
que vayan a decirle lo que es, lo que no es.
El árbol, majestuoso como un árbol,
lleno de identidad hasta las puntas,
puede medirse cara a cara con el ángel.

Y nosotros ¿con quién nos mediremos,
quién ha de compartir nuestra congoja?
Ved ese rostro, escrutad esa mirada
donde lo que brilla es un vacío,
repasad como en sueños
esas líneas dolorosas en tomo de los labios,
ese surco que ha de ahondarse en la mejilla,
la desolada playa de la frente,
la nariz como un túmulo funesto. ¡Qué devastado reino,
qué fiero y melancólico despojo, humeando todavía!
Sólo otro rostro podría comprenderlo.
Así nos miramos cara a cara, el alma desollada,
con el secreto júbilo insondable que nos funda,
que está hecho de vergüenza
y de un extraño honor.


 

Un golpe de recuerdos te modela...

Un golpe de recuerdos te modela
como a la nube el soplo imprevisible.
¡La música y la enamorada tela
que cruza por tus ojos! Suprimible

y oscuro lo demás, aquí te espera,
frente a mi vida absorta o despiadada,
un país al que vuelves, pasajera
del eterno sabor de tu mirada.

-¿Será tú lo que miro? ¿Y a qué sombra
de tu soñar inmóvil pertenece
la antigua calidad en que me abismo?

Pero de pronto en mí tu voz me nombra
como un golpe de rara luz que acrece.
¡Oh música y milagro de lo mismo!


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