No puedo
asegurar que sea cierto, pero quien contaba esta historia era un hombre a quien apodaban Mirito y era tenido
como una persona de palabra; el hombre aseguraba que el hecho fue real y ocurrió
a mediado del cincuenta en la seccion de El Choco un pueblito que en
ese entonces colindaba con el paraje de Yasica.
Fue una casualidad
de la vida que a mí me hicieran preso dijo él cuando empezó a narrar; fue en la
prisión de Moca que conocí a Generoso, era él un hombre cuarentón, algo pálido y de pocos palabras. Jamas lo vi perder la calma sentenció. Cuando lo ví por
primera vez me pareció una persona de buenos sentimientos, pero cambie de
parecer cuando me enteré que estaba allí
por haber asesinado a su mujer y al hombre que encontró con ella en su cama.
Fue por mi honor
que me convertí en criminal me confesó la primera vez que platicamos, mire amigo dijo; cuando uno es hombre
de verdad la ofensa la cobra con la vida y eso nomás fue lo que yo hice aseguró el
presidiario, todavia no se veía arrepentido.
Por unos cuantos meses permaneció Generoso en
la prisión esperando el día para ser juzgado, cuando llegó la fecha de la causa
los jueces no le dieron mucha vuelta al asunto, después de escuchar su versión
lo encontraron culpable, allí mismo le
cantaron treinta años de trabajo forzado en un lugar alejado de la gente al que
llamaban El Sisal.
Al regresar de
la corte el hombre detalló como sucedieron los hechos por lo que
hoy era condenado.
Usted parece
gente buena dijo refiriendose a Mirito, y como le he cogido confianza le voy a narrar paso por paso por qué estoy en esta
maldita prisión.
Era una tarde
calidad aseveró el prisionero, un día de esos que uno llega a la casa cansado
de trabajar en el conuco, iba con la esperanza que cuando se adentrara la
noche iba a tener a mi mujer calientita
entre mis brazos pa aliviarse un poco el cansancio, ese era mi pensar anotó Generoso,
llevaba la mente ocupada, y fue en ese presiso momento cuando escuché en el cuarto algo
así como un alboroto, algo me dijo que mi mujer no estaba sola, hay amigo
Mirito usted no se imagina lo grande que es abrir la puerta de su dormitorio y
encontrar a donde uno duerme a un extraño y por demás haciéndole el sexo a su mujer, cuando vide aquello la ira me segó dijo, sin
pensarlo dos veces desenvainé mi cuchillo y pa que le sigo contando si ya usted
conoce el resultado de lo que hice.
Una semana después del juicio se llenaban los requisito de lugar para trasladar al reo hasta el mencionado Sisal, pero antes el inculpado de un crimen de esa magnitud debía cumplir con ciertas reglas implantada por la iglesia; una de ella era confesarle sus pecados al obispo quien se hacia llamar el representante de Dios.
Al otro día se vio al sacerdote entrar con pasos lentos en la cárcel, un oficial lo
acompañaba, el cura vestía sotana púrpura de donde colgaba un crucifijo de
plata, al ver a Generoso el prelado le dijo: hijo vine para que me digas tus
pecados, mire padre repuso el preso yo no me niego a decir mis cosas pero en
ninguna parte hay un reglamento que diga que deba decírselo a usted, tiene
razón dijo el religioso, y ante quién te quiere confesar preguntó, solo hablaré ante
Dios respondió el preso; a seguida el reo se paró de su asiento y mirando a
través de la rejilla de hierro de su celda dijo, el me está esperando debajo de aquel árbol
señalando con su mano un naranjo florecido.
Si esos son tus
deseos dijo el cura gestionaré antes las autoridades del penal para que se
cumplan tus deseos.
Poco antes
de llevarse al presidiario para el llamado Zizal se le vio hincado con los ojos cerrados debajo del
naranjo, nadie supo lo que dijo, pero como una de esas cosas misteriosas que
tiene la vida, una semana después de la partida de Generoso el árbol empezó a
secarse.
Autor Ramón Sánchez C.